Chio. Cerámica

De entrada, intento hacer lo que me dictan mis sueños, me pongo a trabajar por curiosidad con la materia.

Me fascina tocar el barro, cómo se transforma en las manos y por sí sólo, con el tiempo: cómo absorbe la impronta de mis dedos en su sabia piel de sapo.  Se deja moldear, no le gustan las prisas, materia agradecida y terca a veces; voy aprendiendo sus ritmos, sus tiempos, sus lenguajes.

El agua con el tiempo y al ritmo adecaudos, se va evaporando, la tierra modelada en pequeñas piezas va tomando dureza de cuero. Se aclara poco a poco la color de su piel; ahora es más mate su tono. Gana en fragilidad y pide fuego, lento, muy lento, FUEGO: Bizcochado.

 

Luego vienen los esmaltes, sus brillos, sus chorreos, sus texturas, sus mil y una recetas de compuestos imposibles; la danza de los manganesos, las ventonitas, los cobaltos, los cobres, los vanadios, el hierro, los silicatos, el magnesio, el vanadio, el plomo…un desafío a la paciencia, un homenaje a un aprendizaje humano de siglos de ensayos y errores. Pura ALQUIMIA

Y otra vez, Fuego…

Apasionante lo que escupe en pequeñas gemas de mil y un colores el horno una vez completada la curva de temperatura, como si un volcán después de la erupción nos permitiera recolectar sus frutos.

 

Con ellas me propongo hacer joyas.

Busco METAL. A ritmo de martillos, embutidores, tac, tac, troqueles, taladros, repujados…toda una orquesta de instrumentos a cuál mejor pensado y sutil en su tarea: las HERRAMIENTAS de joyería. Es como si me brotaran dedos de más para manejarme en un mundo de propósitos en miniatura: pinzas, compás, lupa, limatones, lijas, arandelas …y una vez más, el fuego y su poder de transformación: la Soldadura. Un buen número de ilusionismo.